Campesino trigueño
que al dorar el sol la somnolienta
y serena faz de la tierra
te levantas airoso y ufano
mientras se irisan
los cristales en prismas caprichosos
heridos por la luz…
Son las
primeras voces
las tuyas que acompañan el trinar
del jilguero en la rama.
Te acarician las auras olorosas
que en suave movimiento
semejan mansas olas de un mar
llegando a tu playa.
Ya en otoño
la tierra
onduló su cuerpo dolorida
al paso del arado,
el ancho campo se fue abriendo
mostrando su entrañas
a una esperanzada sementera
de gleba preparada,
para un grano esperado
que al amor del labriego hoy reverdece
como hechizado germen
que un día dorará su mar de trigo,
de sazonado fruto
que el campesino segará a su tiempo
colmando sus desvelos.
Trabajas con
tesón
y con esfuerzo bajo el sol que aprieta,
o en los días lluviosos,
o al soplido del cierzo que pone
puñales en tu cuerpo
y corta lo tallos
que florecieron.
El sol se
ha puesto
roja lazada unida por los cerros.
Vuelve el campesino
-el día agoniza-con el alma
suspendida en sus campos de trigo.
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