Ya sé que tienes celos
y envidia de mi guitarra,
cuando la acaricio alegre
en las lúcidas mañanas.
En un rincón-no olvidada-
dorada al sol de mi estancia
espera calladamente
le haga hablar encantada.
La cojo entre mis brazos,
la coloco en mi regazo,
recorro su cabellera,
la acaricio con mi mano.
Arranco de su vientre
de nostalgia tristes
cantos
o arpegios de ternura
que vibran con su gracia
entre sus tersos cabellos.
Lo mismo entona una jota
que una queja lastimera,
lo mismo una queda nota
que una voz voncinglera.
Un resuello imperceptible
se filtra de su garganta
o un sol de amores levanta
que caldea la mañana.
Como dormida en mi pecho
la tengo a mi abrazada
soñando a la luz del día
o en las noches estrelladas.
No tengas envidia, madre,
que todo lo que ella canta
es para solaz del alma,
pues solo lo noble ensalza.
José-Miguel
Fernández Pérez
Motril,
3 de febrero de 2018