Galilea.
Tiberíades.
Declina el sol que se sacrifica
en altar de nubes de la tarde,
bañado en su propia sangre,
y traza un rayo de luz oblicuo,
camino de oro del sol al mar.
Sus aguas,
tersa llanura y espejo azul,
besan reverentes la dorada orla
de la arena de la playa,
llegan y se van, se van y vuelven
en un espumoso vaivén permanente.
Las barcas se secan en la arena
como pájaros al sol,
a la espera de nuevas singladuras.
Los
pescadores, de surcada piel,
repasan las redes
nostálgicos de pesca...
Se acercó
Jesús, dejando a su paso
destellos de luz y amor en su mirar azul.
Su voz se hizo palabra que resonó sugestiva
en la bóveda del lago.
“Venid, os haré pescadores
de hombres”,
y se clavó como ígneo dardo
en el corazón de aquellos pescadores.
“Venid”…y lo dejaron todo…
y le siguieron”.
“Venid, os
haré pescadores de hombres”
y creyeron su llamada
y tras Él caminaron,
soñando nuevas singladuras
de pescas milagrosas
en inmensos mares de incierta pesca.
“Dejándolo
todo le siguieron”.
Ansiosos, por un
nuevo camino de luz
ascendieron de un mar
sin orillas
al sol que ya no muere.
Motril
17 de junio de 2008-
P.
José-Miguel Fernández Pérez