miércoles, 18 de octubre de 2017



CUENTO
                                              

                                               UNA LUZ EN LA NOCHE


            
            Una colina verde. Un pueblecito. Un punto blanco insignificante con sus casas recortadas sobre la ladera como de cartón verde. Un arroyo corre cantarín por sus flancos, ciñe al pueblo con su cinturón de plata, haciéndolo más alto y más esbelto.


            El viento de Sierra Nevada bajaba por los montes al galope, y clavaba puñales de frío.


Se colaba silbando entre las rendijas de las puertas y ventanas. Algunos caminantes se embozaban en felpudas bufandas y encogían el cuello como ave que se resguarda…


            -“Aquí me tienes. Tú sabes…” Sus dientes se apretaron. Se alargaron sus labios como raja de melón en un ictus de impotencia.


Atardecer sombrío. El sol derrotado y cabizbajo va a morir entre nubes en un lecho de sangre.


El polvo que han levantado sus mesnadas ha cubierto el atardecer: a las nubecillas suaves y deshilachadas les han sucedido algodonadas nubes que han tapado la ventana a la luna. Es de noche cerrada. Callada. Sin pestañeos de estrellas. Sin luz que bruña el arroyuelo. Triste en el alma para Juan. Negra y fría en todo.


Por la empinada cuesta que lleva a la iglesia, un hombre se mueve impaciente en la oscuridad de la noche.


-Qué sí, hombre, que sí…Si lo sabré yo. El que, como un fantasma, acaba de pasar es Juan; Juan el sacristán, subirá a cerrar la iglesia…


Los dos hombres se perdieron tras la esquina, igual que sus palabras llevadas por el viento.


            En un recodo del camino, sentada en la ladera, como novia de piedra, aparece la iglesia.


Su torre es como un desnudo brazo de piedra que esbelto se alarga hasta pinchar con su veleta el negro globo de las nubes. Es como una flecha en ascensión a lo divino. Como un suspiro de oración, petrificada por los siglos, que se eleva al cielo. Como los suspiros de Juan, dardos que se clavan en el aire impasible.


Juan corona la cuesta. Llega al pórtico gótico. Cuarenta y cinco veces el hombre barbudo del tiempo ha echado adelante las manecillas del reloj de su vida, para empezar de nuevo.


En su frente asoman los primeros surcos que ha dejado el arado del tiempo. Su gesto está hoy contraído por una mueca dolorosa. Sufre. Lo dicen sus ojos hundidos, su demudado rostro, su llanto retenido.


Juan es el alguacil, enterrador y sacristán del pueblo. Con esto y otras cosillas va tirando.


Una cruz especial que pesa terriblemente sobre sus hombros viene a sumársele hoy…Como todas las noches sube en silencio al templo. El dolor le da punzadas en su espíritu. Va a cerrar y marcharse. Pero hay algo que hoy le detiene, necesita desahogarse. Vaciar su alma.


Entra. El corazón le papita como caballo desbocado. Se sienta en un banco. No es de los que decimos “beatos”, pero hay algo que hoy le impulsa a quedarse. La lamparilla proyecta su luz, en titubeos somnolientos, ademanes y sombras que se retuercen sobe la blanca pared. Se alargan impotentes desperezándose. También el dolor de su alma se retuerce. Mis cruces…mi cruz…Los ojos desencajados, cárdenos. Los labios trémulos, lívidos. Las manos temblorosas,  indecisas. Se estremece todo su cuerpo…


Es la lucha. La lucha de lo intrascendente con lo trascendente. Del tiempo con lo eterno.


De la vida con la muerte…Presa del desaliento deja caer su dolorida cabeza en el cuenco tembloroso de sus manos.


            -¿Para qué vivir? ¿Para vivir de esta manera? Hoy que los músculos han vencido al verdadero espíritu y lo han subyugado al “espíritu técnico”. Hoy que el hiperculto corporal sigue el prurito de los eczemas del alma. Hoy que a la palabra de comprensión ha sustituido el bronco gritar de los motores, como una tos del diablo. Hoy, el histerismo del terror bate moneda. Hoy, el tableteo de las metralletas disparadas por el gatillo de la ambición horada hasta la muerte los oídos de la humanidad.¡Miope hombre¡. Vió la luz del progreso allá en lo alto y, con ímpetu, se lanzó a ella, pero sus alas de cristal se rompieron contra el huracán del tecnicismo.


-“Son demasiadas cruces”, musitó Juan. Sobre todo la cruz que paradójicamente me carga hoy la vida. Dijo esto sorbiéndose el llanto.


             El viento soplaba y silbaba por entre las rendijas de puertas y ventanas, como flauta fúnebre en el lúgubre misterio de la noche. Un golpe de viento silbante se coló por el roto de una vidriera, como burlándose con su lamento. Lamento contra lamento.


 Al levantar la cabeza, vio que el viento había corrido la cortina de nubes  y que la luna colaba un fino rayo, abriendo un camino de plata hasta su banco, como rocío de frescura y esperanza que invitaba a subir por él hasta lo trascendente…


Misteriosamente esa luz tonifica a Juan, lo reconforta, es como si ensartara todo su dolor y lo pusiese a secar al sol de la esperanza.


            Sea como fuera, Juan comenzó a sentirse mejor, su dolor a disiparse. A sentir la calma.


El dolor se le partió en dos dentro del pecho y lo expulsó con un profundo y largo suspiro.


Resonó en la bóveda como un grito de alivio. Era su liberación. Aceptaba, por fin, esas cruces cotidianas y la que, especialmente hoy le aquejaba: su hijita. Su hija había muerto. Aquella cara rosada de ángel, sus cabellos de oro, su honda sonrisa contagiosa, su hija, ya no podía sonreírle. Era ya un espectro frío, indefinido, errante por los astros. Hacía un día que la guadaña esquelética había segado el hilo tenue y joven de su vida….


 


El interrogante seguía punzándole la mente, pero ahora con menos puntos suspensivos.


Se oyó el chirrido de un oxidado cerrojo que cerraba la puerta del templo, arrancando un ruido lastimero al silencio de la noche. Juan salió pesadamente del templo, y comenzó a descender la escalinata camino a casa. Hace unos momentos toda esa baraúnda de pensamientos le daba vueltas y lo ahogaba. Era una cadena interminable cuyo último eslabón enlazaba con la muerte de su hijita. Quisiera haber arreglado todo de una vez, encontrar sentido al sinsentido. Solucionarlo, sin más, de un brochazo pintado en el misterioso lienzo de la vida. Pero le daba vueltas todo, las sombras, los recuerdos, la luna bailando a su alrededor una canción de luto, las calles, las casas…todo. Intentaba comprender y no comprendía, pero volvía a casa más sosegado y tranquilo, después de haber hablado en alta voz consigo mismo…


La escena algo había cambiado. Marchaba tranquilo. La mueca de su dolor era apagada. No era ahora un rasgo tirante de impotencia. Era como un clavel en la noche, con sus pétalos recogidos y cerrados, pero firmes. Lucían las estrellas que guiaban su camino con guiños caprichosos. Se asomaban a su paso a verle, guiñaban su ojo y se escondían, como un juego de niños. La luna, disco de plata, se reflejaba en el arroyuelo, que cantaba sus penas al aire fresco. Un movimiento de barcarola creado por el viento hacía bailar a la luna sobre las plateadas aguas… La noche oscura,


fría y triste se había convertido mágicamente en luminosa y tranquila. Noche al fin, pero cuajada de estrellas de plata, que para Juan fueron como augurio de una nueva y esperanzada etapa en su vida.


Juan bajaba consigo un puñado de estrellas en su corazón, sementera de luces de conformidad y sentido real de la vida. La vida es como es y no como queremos-se iba diciendo-, sino como viene, y con ella tenemos que RECONCILIARNOS.


            Era la luz en la noche, la luz de una sombra. La luz de su conciencia.


                                                                                                                   


                                                            Pseudónimo: “PINTOR DE PALABRAS”


                                                                                   José-Miguel Fernández


                                                                                       (Agustino Recoleto)


 

2 comentarios:

  1. La vida quisiéramos que fuese de otra manera, pero es la que es. Me parece ver esas pequeñas casas, esas luces semi apagadas en la noche, esa tristeza que se acepta, pero que a la vez te revuelves contra ella. Ese su yo más profundo enredado en su conciencia y preguntándose...¿por qué a mí, por que yo? Cuantas y cuantas veces nos hemos hecho esta pregunta ante acontecimientos graves y tristes. Cuantas. Precioso Miguel. Hay que desgranarla poco a poco, párrafo a párrafo y por supuesto guardarla. Buena y feliz noche.

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  2. Siempre en tu comentario encuentras una lección de vida...Sí,hay que desgranarla poco a poco, haciendo que duren los caramenos, pues cada día son mnenos los que quedan...Mirar a ese sol de frente.
    B.noches

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