EL ABUELO
Cae
la tarde en un pueblecito riojano. El sol se ceñía roja lazada de nubes y se
dormía acostándose en los lejanos montes detrás de la cuidad de Haro.El abuelo volvía de su paseo-trabajo
desde el huerto del Cúbedo. Llegaba cansado y
tambaleante, con el ánimo alegre y ufano de sus frutos.
-Mirad, mirad-decía- que pimientos y
tomates, mientras mostraba orgulloso uno hermoso y redondo. —Seguro que no hay tomate igual en el pueblo
entero, y depositaba todo encima de la mesa de la cocina…
Su rostro tostado por el sol de muchos
días-tenía 80 años-era cobrizo. El arado del tiempo había surcado profundas
arrugas en su piel. La nieve del monte cercano había teñido de blanco sus utrora
rubios cabellos. Su porte, un aire fresco, señorial sin desdén y siempre recto,
iba diciendo por doquier, “aquí va Bernardino”. Llevaba puesto un pose de
idiosincrasia, un sabor a vino añejo como sus viñedos, de solera, bien madurado
con el tiempo en el campo de su vida.
Su mano, firme en otros tiempos, ahora rugosa y temblante se apoyaba en un cayado. Su caminar antes ligero, había pasado a ser lento y sosegado, “paso de guadaña” que iba cortando las hiervas del camino. Más bien serio y de pocas palabras en la calle, era cercano y tierno en el encuentro familiar o amistoso. Jamás una queja, jamás un lamento. –“¿Cómo estás?” “¡Bien!, era siempre su respuesta, aunque por dentro…Cuando mucho, a sus, noventa-vivió hasta pasados los cien-, se quejaba de las piernas.”Estas piernas llevan muchos años encima” decía quedo, y con su “tra-ca-tá caminaba lento hasta su habitación o hasta el baño…
Su mano, firme en otros tiempos, ahora rugosa y temblante se apoyaba en un cayado. Su caminar antes ligero, había pasado a ser lento y sosegado, “paso de guadaña” que iba cortando las hiervas del camino. Más bien serio y de pocas palabras en la calle, era cercano y tierno en el encuentro familiar o amistoso. Jamás una queja, jamás un lamento. –“¿Cómo estás?” “¡Bien!, era siempre su respuesta, aunque por dentro…Cuando mucho, a sus, noventa-vivió hasta pasados los cien-, se quejaba de las piernas.”Estas piernas llevan muchos años encima” decía quedo, y con su “tra-ca-tá caminaba lento hasta su habitación o hasta el baño…
Mi hermana y mi cuñado lo cuidaban con
esmero y cariño. Lo hicieron durante largos años hasta dormirse eternamente en
su casa y sus brazos. Desayuno humeante
a la cama, el café con leche y galletas, infalible, a eso de las diez.
Otro sueñecito hasta las doce o las trece en que lo levantaba, aseaba, vestía y
sentaba junto a la mesa camilla del salón-comedor.
El abuelo era un poema. Lo mismo contaba
nostálgicamente sus trabajos en las viñas, como narraba con fluidez sus
batallitas de la guerra, que la pasó en las trincheras de Teruel. En ocasiones,
recitaba de memoria magistralmente una poesía, La Ríada, aprendida en el frente
y que compusiera su comandante, pues él era brigada. Después de una singular
comida familiar o simple reunión de amigos, se arrancaba con una jota en
trémolo que conseguía moviendo alternativamente con su mano la nuez de la
garganta.
Hacia las 14-14,30 comía con la familia.
Con buen apetito y siempre con su “pastilla”, como llamaba a su vasito de vino.
Lo repetía con frecuencia levantando el buen vino rioja: ”gracias a esta
“pastilla” sigo vivo”. Y ciertamente gozaba de buena salud. El médico en sus
revisiones periódicas solía decirle, ” está usted como un mozo de veinte años”,
mientras leía sus análisis. El abuelo le respondía, “Sí, como uno de 20x4”. Al
final, después de tomar el postre, siempre se echaba un traguito de vino y decía,
“si quieres conservarte sano y gordito, después del postre un traguito”. Y se
lo bebía aún después del arroz con leche, hecho que a la abuela le desesperaba…
Murió de anciano a la edad de cien años largos, no de
enfermedad declarada, sino como una vela que se va consumiendo hasta apagarse
del todo.
Era una persona que intuía, y hasta
clarividente. No tenía estudios universitarios, peri sí una amplia y sólida
formación dada con esmero en el seno de su familia y en la escuela. A mi me
ilumino y aconsejó en dos ocasiones concretas en las que vacilaba abrazar una ú
otra profesión. Ni me obligó ni me lo prohibió, simplemente me ayudó con sus
palabras a decidir por mi mismo
Escribía con una caligrafía de letra
inglesa elegante. Jamás encontré una falta de ortografía en sus muchas cartas
que me escribió durante mis años de
estudio en San Sebastián y Granada.
Mi padre fue uno de esos abuelos que no
estorban, que se hacen respetar y querer. Nunca usó del castigo con nosotros.
Hacía ademán de soltarse el cinto para darnos, y sólo ese gesto bastaba para
que nosotros desistiéramos de nuestras peleas o fechorías…
En fin, sé y creo que mi padre, “el
abuelo”, no ha muerto, -como ninguno de nuestros padres y abuelos-.Están vivos
en el Cielo y vivos en el recuerdo perenne
de nosotros.
Motril
1 de noviembre de 2017
José-Miguel
Fernández Pérez
Un cuento lleno de ternura y nostalgia. Yo solo he conocido a una abuela aunque siempre quise saber quien había estado con ella, no muchos años, pero algunos. Murió muy joven y a consecuencia de nuestra Guerra Civil años después, cuando ya el sufrimiento le había pasado la factura pro-forma. Tu narrativa es extraordinaria al igual que la poesía. Me alegro que mi amigo Enrique, al que remití algo tuyo, se haya puesto en contacto contigo. Es un tío genial, buena personal y servicial donde los haya. Cualidades muy difíciles de encontrar hoy día, pero aún quedan cosas buenas. Un saludo de viernes.
ResponderEliminarMaBuenos días hoh sábado, 3 de noviembre.Gracias por tus palabras. Sigo pensando que lo mío es la poesía.aunque pondré algún relaque otro.Siempre ayuda la crítica bienintencionada, tanto positiva como la negativa, si lo fuera. Sigamos cultivando nuestro hoby.Saludos
EliminarAy, Miguel, estos cuentos, (ahora que no nos oye, ni ve, nadie), me hacen llorar. No es fácil escribirlos sin dejar parte de nuestra imagen en ellos.
ResponderEliminarEnhorabuena, un cuento precioso.
Hola, Enrique, contesro, tarde, a tu comentario a,EL ABUELO.
ResponderEliminarMuy cierto lo que dices, en el van retazos de mi vida, y hasta hoy, como.el siempre lo hacia, termino con un tragito de vino aun despues del postre.Es el.alma del abuelo que aletes en mi sangre.
Sigue escribiendo, eres muy cercano y realista.
Miguel, qué bonito!!! con qué detalles lo describes. No lo he conocido personalmente, pero tus palabras me transportan a esas vivencias que como hijo has compartido. Un abrazo y felicidades por tu blog!!!
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